2013/07/05

Repartidor de ideas

 Por Luis Gerardo Martínez García

Desde las cinco de la mañana, o antes, llega Pedro a la imprenta del  periódico para recoger los ejemplares que intentará vender ese día. Casi nadie lo ve, aún así él está ahí, esperando su turno. Otros llegaron antes porque van más lejos. A doña Rocío le cedió su lugar para que se adelantara, pues ella le tiene que ganar al tren. Él no usa chamarra, no le gusta; su camiseta, poco roída le abriga del frío; sus tenis rotos le cubren del lodo; y el cabello largo le cubre la identidad. En ese momento recuerda cuando acompañaba de niño a su padre y a su hermano mayor a la imprenta de ese mismo periódico. Ambos eras voceadores hasta la muerte de su papá. Él fue el único que heredó la tradición, dice que por no haber estudiado y por no tener otras oportunidades; además de que es feliz por la libertad que respira

Ya recibiendo su pedido, en la parte trasera de una vieja bicicleta, Pedro acomoda con especial habilidad una torre de periódicos que, de llover, cubre con un plástico después de haberlos compaginado uno a uno. Le pedalea poco más de 25 cuadras hasta llegar al semáforo, no sin antes haber esquivado carros y camiones que ya circulan a esa hora de la mañana. El chofer del camión lo saluda cada mañana, casi siempre recorren la misma ruta. Cual fantasmas, ambos, no se hacen notar para llegar a tiempo a su respectivo centro de trabajo. A Pedro lo acompañan su esperanza y su devoción, sus ganas de sacar el día lo mejor posible.

Llega a la esquina que su padre le dejó para trabajar. En el camellón coloca su bici junto a un árbol casi seco y empieza a desempacar el cargamento con mucho cuidado. Le da una (h) ojeada a la nota roja para preparar su letanía. Se persigna. Agarra un paquete de cinco ejemplares en espera del semáforo en rojo. En ese momento los autos detienen su andar lo que le permite empezar a caminar, ofreciendo las palabras y pensamiento  de otros como propios. A todo pulmón grita los encabezados de esa sección,  que sabe perfectamente llama la atención. La gente compra más la policiaca, por eso la ofrece: "Dicen que acá no hay inseguridad; lea y entérese de la verdad. Robos, asaltos y muertos de ayer los encuentra en estas páginas..." Comenta a sus compañeros "Eso que digo me trae suerte, por eso vendo más".

Allá, diez carros atrás, alguien toca el claxon; un cliente le hace la seña. Corre intentando ganarle tiempo al semáforo en verde hasta llegar, da un periódico y recibe siete monedas que, sin contarlas, aprieta en su puño para dibujar el signo de la cruz sobre su pecho en señal de fe para que le vaya bien ese día. Ya casi a las diez de la mañana se siente un poco más tranquilo por haber vendido ya 10 tantos, aún le faltan 140. El chofer de un trailer le hace una seña; bajo el brazo con rapidez se acomoda otros tres ejemplares y corre, como puede sube las escaleras que lo llevan hasta la puerta y deja un tanto; el trailero le regala el cambio. Baja de un gran salto para continuar su andar; andar algo largo que lo lleva al mismo lugar. Ya va por menos.

El sol pega a plomo y tiene a su alrededor 6 personas más, dos limpiaparabrisas, dos tragafuegos, un vende chicles, y una señora con su bebé a espaldas y una receta en mano. Con todos se lleva bien y sabe donde viven; son sus amigos. Pedro es voceador, ese es su trabajo. Se encarga de hacer llegar la voz de otros al lector que a veces está y a veces no. A las seis de la tarde se sienta a contar el dinero juntado para ver si le salen las cuentas, dice. Revisa una bolsa de plástico negra que le regaló una cliente con tres pares de zapatos viejos para su esposa, y una blusa para su hija de apenas 14 años de edad. Acomoda en su mochila una gorra que le pasó regalando el partido, una torta que le llevó una amiga y dos refrescos que le dio el de la campaña. Sus monedas las acomoda en una bolsa secreta,dice él, para no dar tentación a los ladrones que viven cerca de su casa.

Por hoy ha terminado de vender sus ejemplares. Mañana será otro día, muy parecido. Y muy parecido a la jornada de muchos que también son voceadores. Esos, casi desapercibidos, invisibles, reparten las ideas de escritores y periodistas que llegan al pensamiento de los demás, no para quedarse sino para interpretarse. Ellos, los voceadores, luchan también porque los demás lean, porque su familia subsista, y porque el escritor se conozca. Con una sonrisa se despide de los tragafuegos quienes aún esperan juntar unas monedas en la complicidad de la noche.